sábado, 7 de febrero de 2009

Sin color ninguno

Este cuento es la luz de mis ojos y la alegría de mi corazón. Fue el cuento que escribí para el concurso del mi instituto que mencioné en la entrada anterior, y a pesar de que a nadie le pareció gustar, por eso lo quiero más.
Me pasé 3 meses escuchando las canciones de Placebo "Haemoglobine" y "Spite and Malice". Eminentemente, la que más lo ha influenciado es la primera.
No puede faltar en este blog. Espero que no os disguste demasiado:






SIN COLOR NINGUNO

¿Qué ha pasado?
He sentido el golpe. He visto el impacto. He oído los gritos, resonando huecamente en mi cabeza, gritos de terror y de pánico, y no me he dado cuanta hasta el final que yo también estaba gritando. De que eran mis propios gritos los que me ensordecían, una y otra vez gritando hasta que la voz se rompió.
Los colores me han abandonado. Solo el rojo seguido del negro más absoluto. Pensé en un desesperado instante que no soportaría quedarme ciega. Pero pronto fue casi un alivio no ver nada.
Mi cuerpo comenzaba a convulsionarse, y lentamente cada fibra de mi ser se fue llenando de dolor. Dolor ciego, dolor sordo, dolor entre quejidos inaudibles de lo patético de mi situación. No, no patético, porque qué haré o diré si el dolor es demasiado… Siempre débil, siempre duele mucho. ¿Y qué otra cosa puedo decir o pensar? Pasan minutos, horas, tal vez siglos en cada fracción de segundo, en cada intento desesperado por tomar aire, por caer en la inconsciencia, por llevar ese dolor a un extremo que mi cuerpo ya no quiera ni pueda soportar, y así deje de aferrarme cruelmente a la vida y a ese sufrimiento físico, en todo lo egoísta y cobarde de mi pensamiento. No siento nada que no sea el punzante, constante, ardiente sablazo del dolor incesante, y tal vez llore o me esté desangrando, o tenga huesos rotos. Imposible discernir entre la nube negra electrizada.

¿Qué es esto? Manos me tocan. Lo noto, el dolor se concentra.
Abro los ojos.
Veo un blanco más allá de la realidad y de lo posible. El dolor sigue ahí, pero ahora estoy aturdida. Sus manos duras me palpan, me inspeccionan, me evalúan en un brusco intento por ir rápido. ¿Salvan mi vida acaso? Yo no he pedido que me rescataran. ¿Creen que es eso lo que hacen?
Aunque mi nube negra se disipa, y creo entrever la sombra de algunos colores, me sorprendo a mi misma por el hecho de que finalmente siento algo aparte de dolor. Siento que estoy llorando. Gruesos goterones en honor a mi vida y mi sufrimiento se pierden por un rostro que ya no es el mío. Pero no conmueven a las manos duras, que no tienen tiempo para otra cosa que para provocarme más dolor concentrado. Mi nube eléctrica se va volviendo poco a poco relámpagos y truenos, y si alguna fuerza me restó para mantener una vaga conciencia, parece querer abandonarme.
Espero con impaciencia que vuelva mi oscuridad, que cada latido sordo y apagado sea el preludio del último.
¿Pero no me han de dar ese alivio? ¿Tan divertido es jugar a la vida?
Entre sombras coloreadas se dibuja una figura más oscura. Sé que me observa, me evalúa, e intuyo, por lo que mis entumecidos oídos perciben, que dice algo. Saca algo. Y con una violenta sacudida, siento una opresión en el cuello.
Una calidez artificial me sacude.
¿Sigo siendo yo? ¿Puede ser la persona que conocía el ser que me siento?
El dolor se va - nube eléctrica que un líquido como agua ha borrado y disipado - lejos, lejos por un tiempo.
Todo mi cuerpo se mantiene un segundo en tensión. Me recorre un escalofrío.
Sé que muevo los ojos para mirar al cielo, que los tengo abiertos. Pero me he quedado completamente ciega.
Y cuando las manos duras me levantan, no siento que me depositen. Siento que sigo levantándome, sigo levantada, arriba, cada vez más arriba, a una altura que me aterra, pero no tengo voz para gritar o quejarme.
En mi desesperación por hallar el final, me siento como si algo me obligara a ver, para torturarme, para hacer que me revuelva y arrepienta. ¿Es que no he acabado ya? No siento nada en absoluto.
Las vidas desperdiciadas por voluntad propia vuelan ante mis ojos ciegos. Desesperación es lo que veo, miedo, impavidez, resignación, dureza, crueldad; mujeres que pegan y son pegadas, mujeres que venden y se venden, mujeres que se cortan las manos, los rostros, las muñecas rotas.

Aturdida por mi propia visión, bajo como si acabaran de echarme de un infierno situado en lo más alto del cielo. Casi siento la sacudida física en el cuerpo cuando aterrizo.
Y física ha debido de ser, porque manos duras me han dejado caer sobre una camilla. No noto nada, pero entreabriendo los ojos cegados - una vez descubierto que puedo hacerlo - creo poder ver lo que me rodea, y sin embargo dudo hasta que punto lo hago y hasta que punto me siento bajo el efecto de alguna droga.
Hay color azul a mi alrededor, manos blancas, y rojo, rojo, rojo. Cables negros. Cables que se enredan a lo rojo, enredados por lo blanco, pegados a lo azul, que está salpicado de rojo, como lo blanco y lo negro, y no puedo distinguir en semejante algarabía de colores qué soy yo de todo ello.
Rostros duros que escrutan y susurran. Sus duros susurros me llegan como una aguja clavada en el cerebro. No son palabras de aliento, no son de esperanza, no son de nada, de nada más que de frío, de distante lástima, de hueca compasión. Ellos la matarán si no lo hace su dolor, de eso estoy completamente segura. Ella soy yo.
Una nueva sacudida me oprime el cuello. De nuevo la calidez artificial.
Con horror, abro mucho los ojos mientras mi cuerpo queda en tensión. Con los ojos entreabiertos, capto la última imagen, y la más nítida, y es como ver cuervos sobre carnaza, monstruos sobre mi cadáver viviente expuesto.

Me elevo con una vertiginosa rapidez. ¿Qué calma me invade tan antinatural, que siento cómo estoy tumbada mientras me rodean las imágenes de mi próximo suplicio? Solo son mujeres lo que ante mis ojos se muestran, ya que los hombres no tienen rostro, y por tanto no los veo.
Pero el flujo de imágenes es ahora algo más lento. Como unas reglas ya dispuestas de antemano, y conocidas en mi fuero interno, las imágenes dan paso a escenas.
Malditas madres e hijas. Malditas, malditas en su ignorancia. Son alegres, son brillantes, me digo con herida indignación. ¿Está permitido serlo? ¿Siguen existiendo? No es justo, y nunca creí en la justicia menos que ahora. Su transparencia, la manipulo a placer puesto que como en los corazones de cada persona, las cosas dejan de ser justas cuando se vuelven contra uno.
Pero vuelvo a las imágenes en las que he de sumergirme profundamente, en un sueño involuntario que se torna en pesadilla. Esa niña reía, pero su rostro se ha ensombrecido. Su madre ya no se mueve.
Y grita.
Y aúlla, desgarrando el silencio con su alarido.
Y caigo del cielo de nuevo, para encontrar un infierno peor.
Y me convulsiono, grito y aúllo.
No me han arreglado. No lo harán. No les interesa todavía. Me harán sufrir porque no les importa.
Si no viniese una suave voz de mujer torpe a consolarme con intención y vacías palabras, creería que me habían abandonado a mi suerte de falta de dolor y pesadilla interna. Pero es algo tarde para consuelos.
Llama a quien me alivie, creo oír. Vuelven las figuras vaporosas, blancas pero no puras ni inmaculadas, ni limpias de conciencia.
Debería mover las manos, y me las retuercen. Debería poder ver, y me arden los ojos. Debería poder hablar, y mi único sonido es gimiente y débil.
No tengo ningún interés en hacer el esfuerzo de recuperar alguna de esas facultades, y dejo que me atormenten hasta que se cansen y se vayan. Sé que no me quieren curar, porque no pueden.
Solo sus sacudidas me hacen recuperar un brillo de lucidez. Su opresión en mi cuello. La calidez artificial. Mi ser en tensión ante sus ojos vueltos. Miramos a otro lado cuando no podemos hacer nada. Pero según salen del estrecho campo de luz del que dispongo, me alejo a su vez de ellos y toda luz. Subo, subo y subo, a un lugar que aún no sé si es, o para qué es. La bestia de su indiferencia me arde en un pecho que me abandonó cuando volé de la cama de algún hospital. Una bestia que crece y se agranda según penetra en los corazones de los que tienen la vida y se dejan morir, de las almas torturadas bien de dolor o felicidad. La bestia de los ojos rojos, que todo lo ve, y todo lo entiende, y todo lo sabe y todo lo siente. La bestia que anida en los corazones de los infelices.
La bestia que corría por parajes inhóspitos, fríos, frondosos, y me alejaba poco a poco de mi pesadilla, me llevaba con ella a su mundo sin luz, a un sentimiento de libertad salvaje, pero sin memoria. La bestia se ha parado.

No.
No me abandones ahora tú también.
Con más rapidez que las veces anteriores, el destello de esos ojos rojos en mi mente, como si se me hubieran quedado grabados a fuego, caigo de la oscuridad en una cama dura.
Las mantas están húmedas. Y tirito. Pero no encuentro mi aliento para respirar, porque la imagen de la bestia me ha petrificado.
Veo todo rojo. Veo luz, veo esos ojos. Y finalmente veo la habitación. Las sombras juegan con la luz, engatusándola para engullirla en las esquinas.
Toscas manos me zarandean, esperando una reacción, no sé desde cuantos minutos. La mujer es torpe, y se apiada de mí con una firmeza tal, aferrándose a la imagen de una criatura desventurada para solo ver su compasión y ser como se ha de ser. Veo que echa algo largo, negro y pesado sobre mí. Y habla, y habla, pero no la escucho.
En la puerta, está en la puerta. Cubierta de sombras.
La bestia.
Entra magnifica, gruñendo, y me mira a los ojos directamente, tal y como yo la miro en los suyos. Y cada gota de sangre escapa de mis venas a un lugar que no se congele. Y se aproxima lenta, peligrosamente, ignorando a la mujer que parece no verla. Y he dejado de tiritar para temblar.
¿Por qué baja el hocico y las orejas, en expresión sumisa? Se aproxima sin amenaza. ¿Es que le produzco lástima a ella también?
Ciegamente abrazo a esa bestia.
Hundo mi cara en un pelaje mortíferamente áspero, con el olor a muerte de sus fauces rodeándome, y su suave gruñido intentado arrullarme, y que duerma conscientemente. Pero sé que nunca volveré a dormir.
Durante horas abrazo a mi bestia, ya sin temblar, pero con una cálida sensación que me entorpece, y adormila. Mujer torpe es la única voz que me recuerda que estoy sola y despierta.

Dolor.
Otra vez el dolor.
Si no fuera por ese horrible dolor, mi bestia no se habría evaporado.
La mujer grita. Me ensordecen sus alaridos, y los irritados manos-duras vienen a exigir su calma.
Los miro y me miran. Hay ruido de fondo, y ajetreo. Pero nos miramos fijamente, ellos contra mi, yo contra ellos. Blancas figuras peligrosas me rodean y afianzan su poder.
Sé que voy a perder.
Pero también que tengo voz para luchar.
Porque ahora estoy despierta.
Porque no me han arreglado, porque me han drogado, porque han jugado conmigo, porque me han herido y me han despedazado como buitres. Ellos, solo ellos. Todos los ellos que existen.
Los odio a todos, porque no están aquí, porque estoy yo, porque han ido contra mí, porque me han destruido y ahora me han abandonado porque ya no sirvo.
Porque mi mente se enmaraña y se entumece, porque mis ojos lloran y no siento mis lágrimas, porque mis raíces han sido cortadas y no me queda ni la bestia de mi odio, porque no puedo levantarme y huir, porque no puedo devolver el dolor que siento como puede hacer cualquiera de los que aquí están, porque no volveré a tener la oportunidad de gritar nunca más.
Sus colores me deslumbran y se desvanecen tan rápido como los sonidos inconexos que profiero, que escupo contra ellos.
Pero son más altos, más blancos, más fuertes, más numerosos.
No importa que mis sentidos hayan muerto, o que esté desesperada por aferrarme a la muerte y a la vida al mismo tiempo.
Las manos duras acaban con mis débiles protestas. Con violencia, con una opresión más larga y cruel que nunca en mi cuello. Con una llamarada artificial que abrasa los restos de mi cuerpo.
Todo el mundo queda en tensión por un momento. Ellos niegan, sus cabezas blancas se mueven, se vuelven, se deshacen luego en miles de colores oscuros.
Mi cuerpo entra en tensión. Siento que me pierdo, me pierdo a mi misma en mi misma. Que la intensidad ha sido más, que esta será la última vez.
Y suba o baje, vaya al cielo o al infierno, me despedacen hasta que se pierda toda noción de mi o me mantengan ahí por eones, solo quiero dejar de subir a lo más alto de mi tortura para volver a caer sin una vida que durante un rato soñé.
El escalofrío mas helado me hace estremecer en mi último movimiento. Todos los colores se vuelven negros.
Porque ya nunca volveré a tocar el suelo que se encontraba en medio de todo.

5 comentarios:

  1. ¡Hola! He llegado a tu blog dando unas cuantas vueltas, pero parece que me quedaré a cotillear un ratito en cuanto pueda. :)

    Así que en Traducción, ¿eh? ¡Como yo! ^^ Y creo que en el mismo lugar y todo. ;)

    Un saludo. :)

    ResponderEliminar
  2. Contundente, intenso, todavía me duele.
    Pero, además, tengo que hacerte una petición condensada en una palabra: Rimel.

    ResponderEliminar
  3. Lilithele, ¿así que estamos en la msima facultad? Interesante. Debo decir que me ha gustado mucho tu blog.

    Fran, no dudes, iba ahora mismo a subir Rímel, porque creo que cerraré el deviant art. No me gusta la forma de publicar los escritos de allí, además de que apenas hay hispanohablantes.

    ResponderEliminar
  4. Gracias ^^
    Por cierto, quiero unirme a esta red de blogmasters traductores ;)

    ResponderEliminar
  5. Estaría bien. Me ha gustado el concepto "Torre de Babel", Lilithele ^^.

    ResponderEliminar

una idea es tomada en consideración si sabe brillar