martes, 15 de diciembre de 2009

Lo he matado


Y no tengo excusa. Solo sentí que no era el momento apropiado ni el lugar indicado.
He matado el miniblog de "El monstruo del mar se tragó una estrella".













No creo que nadie lo eche demasiado de menos. Algun día haré algo con todo lo que tenía en el publicado, y con lo mucho que quedo sin publicar.
En cuatro días vuelvo a casa.
No quiero dejar mi pais de pingüinos. Ahora se ponía todo interesante. Bu.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Lo indomable

Sé inteligente y compra un pedazo de carne menos ruin que yo. No te va a llevar a ninguna parte tenerme a tu lado, ni de tu lado, ni cerca. Compra algo más sabroso, o más exquisitamente expuesto, o de mayor nombre, o de una calidad alta. Mira mis condiciones: son míseras. La enfermedad se extiende con rapidez por mi columna, y mi cara desnutrida huye todos los ojos con temor. A penas logro mantenerme en pie, mis piernas flaquean ahí donde han sido golpeadas por dueños menos crueles hasta la saciedad. Mi pelo ya no brilla, y conforma una costra cayendo sobre mis hombros y mi espalda, muerto. ¿Qué canciones, qué mieles van a destilar estos labios cortados, levantados, amoratados e infectados con los que exhalo un último estertor de entre mis quebradizas costillas? Ni pisar querrías mis manos secas, sucias, huesudos residuos de mi último pudor cubriendo una desnudez tan terrible como real. Si intentaras montar, mis cuartos traseros cederían ante tu peso quebrándose, rompiendo mi precario equilibrio de modo que todos mis huesos colapsaran y astillaran, antes de que tuvieras tiempo de retroceder o paladear la velocidad. Mi espalda ha soportado todos los látigos que contra ella se han alzado, para caer en un violento chasquido, arrancando de mis pútridas entrañas un jadeo polvoriento.
Mira a tu alrededor: hay tantos mejores que yo, que si no me quedara algo de orgullo de desheredado, cedería ante su evidente superioridad y me derrumbaría aquí mismo, convirtiéndome en polvo. Escoge otro, uno más rosado, más carnoso, con mejor presencia y encanto, que puedas ver tu miedo reflejado en sus ojos huecos y sentirlo ajeno.
Si yo fuera tú, compraría docenas de esos más jóvenes, más apetecibles. Que entran por los ojos sin ser invitados ni rechazados.

Me levantas, me pesas, sopesas; preguntas mi precio, no regateas a pesar de que te parezca abusivo, me das mucho menos de lo que te he pedido por mí, y te vas, cargándome en un hombro, con la despreocupación de no haber escuchado las advertencias, de no haber sido clemente, de estar dispuesto a hacerme sangrar. Quebraras mis huesos, moleras mi armadura, aplastarás mis últimos alientos, acelerarás la enfermedad que me devorará la razón y la consciencia.
Y cuando ya no pueda soportar un solo golpe más, cuando me haya quedado sin voz de tanto gritar, sin formas de pedirte que me mates, sin fuerzas para sostenerte la bestial mirada. Cuando ese último momento haya llegado, yo inclinaré la cabeza hacia otro lado y lo asumiré, asumiré que serás el último en esto, que no va a haber más golpes ni sacudidas, que has ganado. Será mi escasa fuerza de voluntad, la única inquebrantable que mantenía una exigua llama de vida en mi interior; lograrás que humedezca los dedos amoratados y los dirija a la corta y ennegrecida mecha donde la llama agonizante se debate por vivir. En ese último momento, con mis propias manos, me volveré contra mi aliento de vida y lo aniquilaré.
Así, todas las fibras de mi cuerpo desgastado se habrán rendido a ser de tu eterna propiedad.

jueves, 27 de agosto de 2009

Lo que todos deberían saber

Todos tendrían que saberlo:

1. Te lo tomas con calma
2. Sales corriendo aprovechando los últimos minutos
3. Llegas tarde, y tienes todo el camino de vuelta a casa para lamentarte.
4. Llegas casa solo. Solo. Solo.
5. Los minutos pasan como horas, te apetece vomitar antes de haber comido, cuando te va a contar algo sientes como si tuvieras culebras en el estómago.
6. Cuando te habla de otros, ardes.
7. Cuando te habla de sí mismo, ardes.
8. Cuando te habla de ti, primero te apaciguas, luego tienes ganas de llorar, y al final, de nuevo quieres vomitar.
9. Intentas escribir, pero tu mano no tiene ganas de sujetar un bolígrafo.
10. Lo intentas en el ordenador, pero te quedas mirando la pantalla en blanco y azul del Word.
11. Decides que el diseño de Word es una mierda y le echas la culpa de tu falta de inspiración.
12. Tienes ganas de llorar otra vez.
13. Menudo coñazo.
14. Te apetece pegarte a ti mismo.
15. Te da pereza moverte. No te pegas.
16. Tienes mucho sueño al mediodía, pero te acuestas a las 2 de la mañana.
17. Te haces mil promesas de una mejor y más cuidada higiene que no vas a cumplir.
18. Y estoy paranoico, me autodestruyo.
19. Creo que estoy mudo, o será que soy feliz.
20. Creo que soy tonto, o puede que solo feliz.
21. Creo que soy mudo, o tal vez solo feliz.
22. Creo que soy un traductor de mierda.
23. No me gusta que me odien.
24. Vuelvo a sentirme mal.
25. Mañana será otro día.
26. Luego vendrá otro.
27. Con horas interminables.
28. Y así, día, día, día.
29. Mis días son demasiado lentos. No paso de uno.



******
Escrito ayer. Blue October, "Fairy Tale". A las 12 y media de la noche. Como siempre, piensa que te piensa.
Siento el abandono, pero me he creído "recuperada" y he intentado escribir cosas más largas, como se evidencia en mi anterior entrada.
Craso fracaso. Me he vuelto a la madriguera con el rabo entre las piernas, muy desanimada.
A ver si desempolvo un par de cosas escritas a prisa y corriendo, y a ver si escribo unas cuantas nuevas hasta que vuelva a estar inspirada y pueda desentumecer el mundo de fantasía.
Tengo sueños interesantes, pero mucho, mucho miedo de escribir. Intentaré recuperarme.

Encontrar el modo

Tengo que encontrar el modo de no perder todas estas emociones. Tengo que escribirlas, tengo que usar mi capacidad, y no pensar que soy una escritora de mierda como muchas veces me tienta el pensamiento. No soy buena. Puedo ser mejor. Tengo que escribir para mejorar. No vale cansarse y pasar a otra cosa. Y si no soy capaz de escribir historias largas, no pasa nada, las escribiré cortas hasta que pueda ir a por algo más ambicioso, hasta que mi cerebro quiera atar cabos sueltos y complete por fin una cuerda.

Hace mucho tiempo que no escribo.

sábado, 20 de junio de 2009

Ensoñaciones bibliotecarias

“Te he estado esperando” dice con los labios curvos.
Entonces es cuando se quita las gafas, se suelta la melena, y se encarama a mi mesa de estudio. Me tiene agarrada por la corbata.
Miro en derredor. La biblioteca está en calma; todo el mundo se disipa lentamente, fundiéndose con el frío -100 grados por debajo de lo que se encuentra al otro lado de la puerta, donde está el mundo real derritiéndose- y con sus apuntes, en una siesta desvelada y absorta que les lleva por el camino del sobresaliente.
Mis manos no responden, no me pueden sacar de esta, porque se han pegado a los apuntes que no he tocado con la mirada ni una vez en toda una hora que han estado delante de mí.
Trago saliva.
La amazona sigue acercándose a mí por encima de la mesa. Si en verdad es una vampiresa, creo que sabe que me dejaría chupar toda la sangre. Sin importarme que sea una muerta viviente y se le pudra el cuerpo, y se le caigan los bracitos, como a esos zombis de las películas.
Aún quedan muchas horas hasta la hora de comer. Un par de minutos menos, desde que he adelantado el reloj para que funcione como el de todo el mundo. Aunque las manecillas han enraizado en mis manos de papel y me atan aún más a la mesa, me lo merezco, lo sé, me lo merezco.
Con la violencia de una leona, ha tirado mi diccionario al suelo y lanza sus zapatos al aire.
Ups.
La vecina de mesa me está mirando con una mezcla de irritación y odio, pero no creo que se haya dado cuenta de que con el tacón, le han sacado un ojo.
Busco con desesperación la última línea que empecé a estudiar hace una hora. Pero ella está sentada encima.
“Sabes que nos lo podemos pasar muy, muy bien”.
Vaya que sí lo sabré…
Sucumbiendo, agacho la cabeza para besarle esa boca tan apeteciblemente roja…
Me parece que he perdido el control de mi cuello.
Estaba dando una cabezada y me he erguido de pronto.
Nadie parece haberlo notado. Con razón bailaban las letras de mis apuntes.
Me parece que me voy a tomar un descanso.

Me levanto, le devuelvo su ojo a mi vecina de mesa, dejo el diccionario junto a mis apuntes, recojo los zapatos de tacón, y me subo con la fiera en brazos a la intimidad de mi cuarto.


*****

Se me hace tan dificil concentrarme en los apuntes de lengua...
Recién escrito. En horas que debería dedicar a la biblioteca, y no al portátil.
Escuchando el último disco de Placebo.

lunes, 1 de junio de 2009

Tres gatos

Aquella noche no pude dormir en absoluto. Sobre mi cama sin abrir, las tres bestias me observaban con sus miradas de penetrante inteligencia. Los tres enormes felinos me brindaban su silencio, y yo ya no podía más con mis nervios.
Tomé mi abrigo, la bufanda, y sin siquiera echarle agua a mi rostro ojeroso me fui murmurándoles un “me voy a tomar el aire”.

En cuanto salí, la brisa helada de comienzos de Octubre me saludó, refrescante y embriagadora. Pero, como en una pesadilla sin fin, no dejé un segundo de ver en mi mente a los tres felinos, como si parte de mi se hubiera quedado a observarlos.
Paseando intranquilamente por la zona vieja, creí ver mi habitación con claridad. La tigresa blanca se había incorporado en la cama, mostrando la forma de una joven de tez pálida y cabellera castaña, ataviada con un vaporoso vestido de tosco lino. Los otros dos felinos le brindaron sendas miradas huecas de emoción, y ella se levantó.
Como si pudiera entrar en su mente de ser numinoso, sus emociones se conectaron a mi. Pronto me invadió una culpa acuciante. Como la bruja humillada que con sus artes inocentes y asustadas buscó algo peor que su perdición: la del único que la quiso.
¿Qué ha de importar esto a una tigresa blanca?
La culpa le devora el lustroso pelaje. Y solo piensa en ello cuando camina por las calles adoquinadas, descalza, ardientes lágrimas lamiéndole el rostro compungido. Únicamente una lluvia de queroseno acude sobre ella para aliviar sus penas. Y en el momento que inconscientemente chasqueo los dedos, su cuerpo comienza a arder, prendido por súbita llama, lavando su inflamable conciencia.

Me asombra tanto lo sucedido que paro en seco y pierdo momentáneamente el equilibrio.
Sin darme tregua alguna, vuelvo a ver mi habitación. Los mellizos que no son iguales siguen allí. El que está a la derecha, el puma, se yergue. Su cuerpo se transforma en el de un bello hombre joven, de melena leonina, rubio pardusca como lo fuera su pelaje. Sus ojos son cristalinos como dos aguamarinas, e inexpresivos como dos piedras. Y de impecable forma, acorde con su elegante y anticuado atuendo, se levanta y sale de mi habitación.
Solo es un hombre bello. Solo ven un hombre bello, se dice. ¿No podría ser que su interior no lo fuera?
Se tortura buscando en si una mezquindad que alivie su soledad, que justifique el velo invisible que le separa de la humanidad que ama. Un enamorado que ha sido rechazado y admira la belleza por encima de todo tanto como la desprecia.
Sus pasos le llevan al borde de la ciudad, aunque los míos a penas me llevan a una columna en la que apoyarme.
Desde su posición, elevada y lejana, domina la ciudad. Pero nadie le domina a él.
Deja caer con vista gacha la chaqueta, el abrigo, y bajo esa apariencia de aristócrata emergen un par de enormes y brillantes alas blancas.
¿Es un ángel, o solo un Ícaro asustado?
Sin duda tiene tanto de lo uno como de lo otro, cuando las abre y echa a volar en la mañana dorada. Busca una belleza que supere a la suya y la anule. Vuela hacia el sol, pero el destino de los que lo hacen esta escrito en odas griegas: su amor platónico le derriba envuelto en llamas, y sus plumas y su piel marfileña, y sus áureos cabellos se han quemado, reducidos a cenizas antes de tocar el suelo.

Ahora que esas dos atormentadas fieras por las cuales no he podido luchar no están, lo veo todo dolorosamente claro. Ahora, mis noches de vigilia ya no tiene motivo. Ahora veo con claridad mi habitación, y la fiera que en ella ha quedado sola, puesto que por mi han decidido las otras dos.
La pantera se yergue.
Y un extraordinario hombre joven, con una belleza tan abrumadora como la del puma y una espesa y opulenta cabellera negra aparece sentado solo en mi cama.
Si es él quien debe ser, yo debo aceptarlo y correr a su encuentro. ¿No?
¿Por qué entonces veo un agujero negro como la noche de su pelo en su alma?
“El mellizo del amante del día, en oponerse a la naturaleza de su hermano ha optado por tornar en melancolía y rencor la noche que le ha tocado poseer.”
Cuando se levanta tu esbelta y bien vestida figura, mil pensamientos cruzan tu mente. Y caminas sin rumbo fuera de la habitación, dudando, acorralado por mil dudas y mil ideas de lo que hacer ahora.
¿Y qué pretendes que haga yo?
Te sigo desesperadamente en tu vagar por las calles cada vez más vacías del anochecer.
Cuando encuentro tu sombrío rostro suicida y desengañado, triste y desafiante, te toco y no siento el frío ardiente de tu determinación. Palpo el fuego helado de tu irritación.
Mis palabras no bastan para que te detengas, y me sacudes de las solapas de tu camisa como a una mota de polvo.
Si eres tú, bestia, a la que me corresponderá amar, ¿por qué no lo aceptas y te huyes, en tu mortífera duda?
Te veo vagar por callejuelas oscuras. Te veo dudar entre arrojarte o no a las sombras. Te veo buscar la manera de apagar el fuego.
Y, temblorosa, te veo caminar entre los árboles del parque. Febrilmente te observo desde el cobijo de los vetustos troncos, agarrándome a ellos ciegamente y rogando para que recuperes el juicio.
A los gatos no les gusta el agua.
El estanque está en calma.
Cuando el fuego derrite el hielo, se apaga con el agua que queda.

Por fin, el plateado reflejo de la luna sorbe tu rostro me muestra que te sientes arrinconado. Te resignas y te sientas en el césped, observando con respeto las aguas estancadas.
Y, tras tantas noches sin dormir, me dejo caer a tu lado y uso tu hombro de almohada con alivio, cerrando los ojos.




************

Escrito en 2006 una tarde, tras dar muchaz vueltas alrededor de mi cama. Escuchando Blue October.

domingo, 26 de abril de 2009

No hay solución
























Click encima para hacerse más grande. Ha sido un texto de prueba, para probar mi nuevo bolígrafo "mágico", con el que escribo en papel y aparecen las letras en ordenador, en formato jpeg. No tiene mucho sentido, es personal, y esta en varios idiomas, incluyendo un rusticfo y mal escrito chino totalmente inventada su coherencia y cohesión.
Pero menos da una piedra.

Cualquier canción de Reptilectric, el último disco de Zoé, es la respuesta a la pregunta no formulada de por qué últimamente estoy tan borde y mi humor tan cambiante.

jueves, 23 de abril de 2009

Perdiendo el aliento

Si no me paro un segundo, perderé el aliento que me queda.
¿Quién vendrá entonces a recoger mis pedazos?

La senda sinuosa se bifurca por un sinfín de caminos, entre las praderas, los bosques, los árboles que nos miran mientras los dejamos atrás. Si tan solo me parase a mirar un árbol de estos tendría siglos de absorción y me fascinaría hasta desgastarse mis ojos de mirar. Pero mi mecanismo de indiferencia es tan eficaz, que ya no soy capaz de pararme a contemplar las figuras que me rodean, y solo las escenas, las curiosidades y los detalles llaman mi atención - por un momento, para luego perderla en la procesión de mi camino.

Hay días en los que me encuentro caminando por una calle, como diariamente horado las aceras de tantas calles y tan pocas. Y me digo si acaso sigo estando yo dentro del caparazón, bajo las funciones aletargadas por la falta de sueño, las taquicárdicas encomiendas y preocupaciones por las mil cosas por hacer, la ráfaga de neurotransmisores que deciden variar su rumbo para que me olvide de algún aspecto crucial que debería haber tenido en cuenta en mi camino, la poco afortunada combinación de vaquero negro y chaqueta vaquera azul, las manos ariadas siempre pidiendo más crema, la traducción que no acabé creyendo que podría pasarla a limpio antes de entregarla corregida hasta que el profesor cambió su modus operandi por tercera vez, la trabazón de mi lengua en su fútil intento por decir a gritos y atropelladamente algo inteligible a una audiencia, el sueño de pasear aún más ajetreada si cabe por las calles de una ciudad nueva, los remolinos de trazos, piezas, figuras, tonos, caracteres incomprensibles de palabras que cuando voy a ir a hablar con la profesora de inglés sobre el sexismo en la Bella Durmiente, me salen en chino…

Y entonces aparece una sombra que me desquicia, al margen de cuantas cosas desordenadas se acumulan a mi alrededor, a pesar de que debo huir y no hacerlo, a pesar de cuanto deseo correr en su dirección, de cómo sé que siendo infeliz y feliz en mi independencia necesito saber que sigue ahí, incomprensiblemente placentera, la caricia de las sábanas mal colocadas de mi cama. Nunca deseo abandonarla en la mañana a pesar de que no logro convencerme de que debo dirigirme a ella lo más pronto posible en la noche.

Y el sueño agotado, negro, irreverente, divertido, lleno de figuras, gente, lugares, cosas, ideas, recuerdos y personas, es la gran recompensa de mis días, en los cuales sé que hubiera hecho mejor en no levantarme. Hasta el punto de sorprenderme pensando un motivo para continuar el ritmo incesante, desquiciante, siempre carente de dos minutos para pensar.

Ni siquiera ahora tengo tiempo para hacerlo.



















*****************
Es algo escrito hace ya algún tienpo, en una loca semana en la que mi cuerpo y mi mente estaban ocupados por más cosas de las humanamente abarcables, sobre todo si la humana usaba las horas libres para pensar en cosas desesperantes. Pero una vez más, me pregunto quién sería yo si no hiciese este tipo de cosas.

sábado, 18 de abril de 2009

Se escapó

La nieve cubría la ventana, y desde dentro era bonito ver como se arremolinaba. Hacía calor bajo las mantas. La nieve cubría también su corazón, escondido debajo de la camiseta del divertido pijama.
Mirar los recuerdos que coleccionaba en un tablón no era solución. Sus ojos repasaban metódicamente objeto por objeto, papel por papel, pero no encontraban una respuesta en particular. Tampoco la buscaban por un motivo en particular. Se había convertido en parte de la rutina.

Cuando se pone la bufanda, se abriga del frío de la calle. Es un frío desagradable, y a nadie le gusta pasar frío. Además, tiene mucha propensión a tener catarro o gripe. Y eso implica quedarse en la cama, para calentarse, y ver la nieve arremolinarse en la ventana mientras el dolor de cabeza hace que se le cierren los ojos, y los medicamentos que ha tomado hacen que su congestión nasal se funda poco a poco. Cuando se abriga, también se abriga el corazón de las verdades que lo golpean.

El chocolate llevaba un poco de café. Es una persona que necesita el dulzor a primera hora de la mañana, pero no haría lo imposible por tener el dulzor de un abrazo a primera hora de la mañana. Además, es una mujer práctica, y aunque le duela la cabeza y no vaya a poder hacer demasiadas de las cosas que querría, considera que esa gota de cafeína le va a ayudar a mantener los párpados abiertos. El azúcar es algo que siempre ha echado al chocolate, aunque nadie lo entienda, porque el chocolate ya es dulce de por sí. Que se esconda de la gente a pesar de quererla profundamente es algo que tampoco entienden, porque escondiéndose no puede dejar que a ella también la quieran.

A veces está un poco triste, y habla menos de lo normal. En esos periodos suele escuchar música bajita, escribir a veces alguna que otra cosa, escribirse alguna notita, y pensar mientras mordisquea una galleta. También piensa mientras se arrebuja bajo una manta roja de cuadros escoceses que la protege del frío. Otras veces camina un poco, o un poco más de lo normal, en su habitación; y piensa. Sus pensamientos no son particularmente hermosos, ni muy agradables. Son un poco oscuros, y aunque le llegan con claridad y desorden, no suele sentirse mejor después de revisarlos. En ocasiones ha estado un poco triste, y se ha tumbado en la cama, con la música bajita en lar orejas, y un pensamiento dando vueltas en su cabeza mientras se arrebuja bajo la manta roja. En esas ocasiones, siempre le arranca una sonrisa que su compañera de piso le diga que a ella le acaba de llegar la regla. Sabe que eso significa que es la siguiente. Puede que la canción esté a punto de acabar, pero su pensamiento está más tranquilo y la manta se desliza de entre sus dedos mientras se adormece.

Le gusta el pintalabios rojo, y cuando no ha tenido un día particularmente perfecto piensa en que se lo pondrá una noche al salir. También le gusta la ropa de color rojo, y sus calcetines favoritos son rojos y verdes. Se los pone de vez en cuando para alegrarse el día desde primera hora de la mañana. Cuando lleva los labios pintados intenta sonreír mucho. Una boca se ve más bonita de ese color, y no debería verse fea y torcida. En ocasiones también usa un pintauñas rojo muy brillante y sencillo, a juego con el pintalabios. Con su ropa roja y sus uñas rojas se siente más segura. Y sintiéndose segura es más fácil regalar las sonrisas que guarda para los demás. Como a veces se le olvida hablar y decir lo que piensa o decir lo que siente, y no siempre se puede pintar los labios de rojos, tiene muchas sonrisas guardadas y muchas miradas entrenadas para expresar de alguna forma lo que siente.

Tenía un gato, y le gustaba acariciarlo cuando nadie la veía. Solía hablarle en el desayuno y le contaba sus cosas al gato. Sentía que así se protegía de necesitar que otro le preparara el café, o que le pusieran la bufanda al cuello, o que le tapasen mejor cuando se le escurría la manta, y que le pintasen las uñas o le besasen cuando tenía los labios pintados. El gato no pedía mucho, solo un poco de leche y una caricia detrás de las orejas hasta cansarse de ronronear. Ronroneando la escuchaba y le devolvía sus preguntas a modo de respuestas, como el día en que se fue. No se había calentado del todo la leche de la merienda, y ambos esperaban ronroneando; solo que terminó dándose cuenta de que la puerta estaba abierta y sobraba un cuenco de leche antes de que el ronroneo dejara de hacer eco en la pared. Tocó el platito con cuidado y decidió llamar a una amiga con el café en la mano. Sabía que el gato volvería cuando tuviera hambre, pero se había cansado de que todas las respuestas vinieran implícitas en las preguntas que hacía, y a pesar de esto, buscarles una segunda respuesta.


*******************
Anoche, escuchando Manos de Topo. Hacía tiempo que no escribía nada que me gustase un poco, o presentable. Supongo que solo cabe añadir que poco a poco volveré a ser capaz de escribir cuentos de ficción, pero ahora no puedo.













Estos son mis calcetines favoritos.

jueves, 12 de marzo de 2009

Astenia Primaveral


No es obligatorio. Me refiero a eso, a esto de que alguien me quiera. No es obligatorio, vaya, que me las arreglo bien. Quiero decir, a ver si me explico, no estoy mendigando cariño. Que ya, sé, lo sé, no es eso lo que hago ni lo que parece. Pero vaya, que tampoco es como si yo fuera a ir por ahí lamentándome por las esquinas porque ese o aquel pasa de mi, o porque di tu que hace tiempo me hicieron daño, y si, que eso fue lo único que sentí, que me hizo llorar, y que parece que asumo que porque, ya sabes, porque hasta ahora no me ha pasado nada creo ya que todo me ha ido mal, y que no tiene remedio, que tengo mala suerte o asumo que simplemente esas cosas no me van a pasar a mí. No es eso, vaya, en parte si lo es, pero lo que quiero decir es que no es obligatorio que algo así me pase. No a mí, que en verdad ya me gustaría, me gustaría poder tener esas amigas de la universidad que lo son después, esas fotos tan bonitas, ese chico fabuloso o ese chico guapo, o esa chica guapa. Pero yo que sé, no es obligatorio, hay gente a la que no le pasa, o tal vez es que aún me queda un poco de tiempo por esperar, a que suceda, vamos, a que sea espontáneo. Y ahora que lo pienso, digo yo, si la gente que va conmigo será por algo, vamos, algo me querrán, dentro de lo que puede llegar a alcanzar esa palabra cuando se trata de amistades y dentro de lo que se puede querer a un amigo al que conoces no hace demasiado, y dentro de lo que es soportarme a mí, que como todos, vaya, tengo mis manías y mis fobias y mis neuras y mis tonterías.

A veces me da por mirarme el pelo, y la verdad es que dependiendo de cómo lo tenga me veo mejor o peor. Me da la vaga sensación de que ya he escrito esta frase en algún momento, en alguna parte, o que ya la he dicho.
La verdad sea dicha, a pesar de que tengo un poco largo el flequillo, últimamente me veo muy bien con el pelo como lo tengo. Y tendría que volver a teñírmelo, pero di tu que como ahora vuelve el sol, se me pondrá más claro solo, sin ayuda de tintes que luego quedan demasiado claros. Que aquí pega mucho el sol.

Me miro en el espejo y soy feliz.
Mentiría si dijera que me pasa a menudo.
Es lo perfecto que tienen las pequeñas cosas sin importancia, poblando mi vida y mi día a día.


*****



La astenia primaveral.
Son las cosas que tiene ser mujer, del norte, y que de pronto llegue la primavera en marzo, cuando aún no te ha dado tiempo a asumir que tienes que desprenderte de los jerséys de cuello de cisne y preguntarte qué hacer con tu piel blanca de muerto.
En verdad, por superficial que sea, no hay mens sana sin un corpore sano.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Modernismo

Es delicado
Es de cristal
Es un mundo de fragancias y aromas
Es un piano que ríe y que llora,

Es un espejo de borde irreal

Es el cuello curvado de un cisne

Es el suave tacto en las yemas de plumas

Es la fragante caricia de unos guantes perfumados

Es una escalera de mármol blanco

Es una reja sinuosa que te invita a bailar

Es una desnudez tibia que te recuerda a tiempos que no has vivido

Es el adorno que hubieras llevado en un ensueño bucólico.

Es un frasco de cristal que tu abuela tiró porque estaba al orden del día

Es un broche que no te hubieras puesto hasta que lo miraste con otros ojos y comenzó a ser perfecto.

Es ese poema de Darío que puedes ver sonriéndote en jardines melancólicos.




********

Si me tengo que montar en la máquina del tiempo, quiero volver a los años 10 y 20 del siglo XX. Me iría posiblemente a casa de mi abuela, y recogería los vestidos que ya no se ponía su madre, o esperaría un poco para tomar de la basura esos maravillosos frascos de cristal delicado y formas imposibles que ella desecharía un día por ser algo corriente. O me iría a París, y miraría embobada los escaparates de las boutiques, las escaleras de las casas, los enrrejados, las vidrieras. Me iría a Londres y buscaría detenerme un momento para encontrar su esencia victoriana antes de marchar a los Estados Unidos y seguir mi viaje modernista, tal vez deteniéndome en el Rio de la Plata para comprar un libro de poemas de Rubén Darío y otro de Delmira Agustini, que con algo de suerte se me pegaría algo de todo ese elitista mundo delicado. Y ya si me queda tiempo, finalizo mi viaje en el taller de Muscha en Praga y me fundo con esa ciudad modernista por los 4 costados.
En ese mundo que llaman del
Art Nouveau.





















domingo, 8 de febrero de 2009

Rímel: cuida tu aspecto, si solo tienes eso

RÍMEL

Cuando abrió los dulces ojos verdes esa mañana, sintió un hormigueo en la nuca que no supo identificar hasta muchas horas más tarde, cuando ya se había resbalado. Al erguirse en la cama, se desperezó, y se tapó la boca para bostezar. Tanteó con pies el suelo en busca de las zapatillas, que estaban frente a ella, en perfecto ángulo de 90º con la cama. Cuando las encontró, metió primero el pie izquierdo y después el derecho.

Al ponerse en pie, se dirigió como siempre hacía el espejo. Como siempre, tenía el pelo perfectamente ordenado, ni un mechón fuera de su lugar. A pesar de ello, contrariada, comprobó que le faltaba un pelo del flequillo, y se giró buscándolo bajo la potente luz rosa. Helo ahí, sobre la almohada, como si alguien lo hubiera depositado con pinzas.

Se tomó su tiempo para levantar la persiana del todo, y apartar las cortinas, cerrándolas con las bonitas tiras de terciopelo a los lados. Después, con parsimonia, cogió el cabello castaño y ondulado, y se lo metió en la boca. Caminó de puntillas sobre la alfombra adelantando primero el pie derecho por el parqué, hasta el cuarto de baño, donde reanudo su caminar de puntillas.

Allí repitió de forma más exhaustiva el examen frente al espejo. Comprobó que tenía los cinco lunares en la cara, cada uno en el mismo sitio en el que estuvieran ayer. Comprobó que sus labios no estuvieran ajados, y los hidrató con un poco de vaselina. Se cepilló el flequillo para que estuviera en armonía con su cara, y se echó unas gotitas de tónico en las mejillas, par que no se arrugaran.

Colocó la cinta rosa alrededor del -aún- esbelto cuerpo joven. Cosiendo con cuatro puntadas el tul, ya tenía puesto su carísimo vestido de marca. Mientras las puntadas se cosían, con un brusco gesto se dio con la cara en la bolsa de las pinturas. En lugar de un moratón en la mejilla, sus labios quedaron rojos, sus pestañas negras y largas, y se podía recolocar las horquillas en el pelo, en los puntos justos donde, al echar la laca, quedaría casualmente recogido.

Cuando sus zapatitos de tira entraron taconeando por la puerta, les indicó arqueando el índice del pie derecho que se acercaran. Estaban en un perfecto ángulo de 180º, y se colocó primero el derecho y luego el izquierdo.

Mientras bajaba a no desayunar, se resbaló con la sangre que goteaba debajo de su máscara de plástico. Se le calló una pestaña, el dedo meñique de la mano izquierda, el pezón derecho salió de debajo de la barbilla y se fue escaleras abajo; y una pierna se recolocó en el omóplato.

Conclusión: Ya no hacen mentiras como las de antes.


************************

[De ahora en adelante, para no influenciar el cuento o el escrito que vaya a dejar, y a sabiendas de que los golpes de vista funcionan de arriba abajo, dejaré primero el relato y luego las contraindicaciones]

No quiero parecer una amargada con este cuento.
En verdad, lo escribí sin pretensión, sátira o mala intención alguna. Supongo que fluyó como tal, debido a la canción artificial que la inspiró (y que, a pesar de todo, es nuestra canción en las discotecas en esa broma secreta entre Winona y yo). Se trata de "I kissed a girl", de Katy Perry.
Pero su influencia es más estética que musical. No me gusta que la gente emplee la homosexualidad como recurso publicitario. Sin embargo, el video te introduce en un mundo de algodones artificial pero a la vez tan atractivo, que es dificil resistirse a querer ser Katy o al menos, poder llevar semejante modelito y que no te quede como a un payaso.

sábado, 7 de febrero de 2009

Sin color ninguno

Este cuento es la luz de mis ojos y la alegría de mi corazón. Fue el cuento que escribí para el concurso del mi instituto que mencioné en la entrada anterior, y a pesar de que a nadie le pareció gustar, por eso lo quiero más.
Me pasé 3 meses escuchando las canciones de Placebo "Haemoglobine" y "Spite and Malice". Eminentemente, la que más lo ha influenciado es la primera.
No puede faltar en este blog. Espero que no os disguste demasiado:






SIN COLOR NINGUNO

¿Qué ha pasado?
He sentido el golpe. He visto el impacto. He oído los gritos, resonando huecamente en mi cabeza, gritos de terror y de pánico, y no me he dado cuanta hasta el final que yo también estaba gritando. De que eran mis propios gritos los que me ensordecían, una y otra vez gritando hasta que la voz se rompió.
Los colores me han abandonado. Solo el rojo seguido del negro más absoluto. Pensé en un desesperado instante que no soportaría quedarme ciega. Pero pronto fue casi un alivio no ver nada.
Mi cuerpo comenzaba a convulsionarse, y lentamente cada fibra de mi ser se fue llenando de dolor. Dolor ciego, dolor sordo, dolor entre quejidos inaudibles de lo patético de mi situación. No, no patético, porque qué haré o diré si el dolor es demasiado… Siempre débil, siempre duele mucho. ¿Y qué otra cosa puedo decir o pensar? Pasan minutos, horas, tal vez siglos en cada fracción de segundo, en cada intento desesperado por tomar aire, por caer en la inconsciencia, por llevar ese dolor a un extremo que mi cuerpo ya no quiera ni pueda soportar, y así deje de aferrarme cruelmente a la vida y a ese sufrimiento físico, en todo lo egoísta y cobarde de mi pensamiento. No siento nada que no sea el punzante, constante, ardiente sablazo del dolor incesante, y tal vez llore o me esté desangrando, o tenga huesos rotos. Imposible discernir entre la nube negra electrizada.

¿Qué es esto? Manos me tocan. Lo noto, el dolor se concentra.
Abro los ojos.
Veo un blanco más allá de la realidad y de lo posible. El dolor sigue ahí, pero ahora estoy aturdida. Sus manos duras me palpan, me inspeccionan, me evalúan en un brusco intento por ir rápido. ¿Salvan mi vida acaso? Yo no he pedido que me rescataran. ¿Creen que es eso lo que hacen?
Aunque mi nube negra se disipa, y creo entrever la sombra de algunos colores, me sorprendo a mi misma por el hecho de que finalmente siento algo aparte de dolor. Siento que estoy llorando. Gruesos goterones en honor a mi vida y mi sufrimiento se pierden por un rostro que ya no es el mío. Pero no conmueven a las manos duras, que no tienen tiempo para otra cosa que para provocarme más dolor concentrado. Mi nube eléctrica se va volviendo poco a poco relámpagos y truenos, y si alguna fuerza me restó para mantener una vaga conciencia, parece querer abandonarme.
Espero con impaciencia que vuelva mi oscuridad, que cada latido sordo y apagado sea el preludio del último.
¿Pero no me han de dar ese alivio? ¿Tan divertido es jugar a la vida?
Entre sombras coloreadas se dibuja una figura más oscura. Sé que me observa, me evalúa, e intuyo, por lo que mis entumecidos oídos perciben, que dice algo. Saca algo. Y con una violenta sacudida, siento una opresión en el cuello.
Una calidez artificial me sacude.
¿Sigo siendo yo? ¿Puede ser la persona que conocía el ser que me siento?
El dolor se va - nube eléctrica que un líquido como agua ha borrado y disipado - lejos, lejos por un tiempo.
Todo mi cuerpo se mantiene un segundo en tensión. Me recorre un escalofrío.
Sé que muevo los ojos para mirar al cielo, que los tengo abiertos. Pero me he quedado completamente ciega.
Y cuando las manos duras me levantan, no siento que me depositen. Siento que sigo levantándome, sigo levantada, arriba, cada vez más arriba, a una altura que me aterra, pero no tengo voz para gritar o quejarme.
En mi desesperación por hallar el final, me siento como si algo me obligara a ver, para torturarme, para hacer que me revuelva y arrepienta. ¿Es que no he acabado ya? No siento nada en absoluto.
Las vidas desperdiciadas por voluntad propia vuelan ante mis ojos ciegos. Desesperación es lo que veo, miedo, impavidez, resignación, dureza, crueldad; mujeres que pegan y son pegadas, mujeres que venden y se venden, mujeres que se cortan las manos, los rostros, las muñecas rotas.

Aturdida por mi propia visión, bajo como si acabaran de echarme de un infierno situado en lo más alto del cielo. Casi siento la sacudida física en el cuerpo cuando aterrizo.
Y física ha debido de ser, porque manos duras me han dejado caer sobre una camilla. No noto nada, pero entreabriendo los ojos cegados - una vez descubierto que puedo hacerlo - creo poder ver lo que me rodea, y sin embargo dudo hasta que punto lo hago y hasta que punto me siento bajo el efecto de alguna droga.
Hay color azul a mi alrededor, manos blancas, y rojo, rojo, rojo. Cables negros. Cables que se enredan a lo rojo, enredados por lo blanco, pegados a lo azul, que está salpicado de rojo, como lo blanco y lo negro, y no puedo distinguir en semejante algarabía de colores qué soy yo de todo ello.
Rostros duros que escrutan y susurran. Sus duros susurros me llegan como una aguja clavada en el cerebro. No son palabras de aliento, no son de esperanza, no son de nada, de nada más que de frío, de distante lástima, de hueca compasión. Ellos la matarán si no lo hace su dolor, de eso estoy completamente segura. Ella soy yo.
Una nueva sacudida me oprime el cuello. De nuevo la calidez artificial.
Con horror, abro mucho los ojos mientras mi cuerpo queda en tensión. Con los ojos entreabiertos, capto la última imagen, y la más nítida, y es como ver cuervos sobre carnaza, monstruos sobre mi cadáver viviente expuesto.

Me elevo con una vertiginosa rapidez. ¿Qué calma me invade tan antinatural, que siento cómo estoy tumbada mientras me rodean las imágenes de mi próximo suplicio? Solo son mujeres lo que ante mis ojos se muestran, ya que los hombres no tienen rostro, y por tanto no los veo.
Pero el flujo de imágenes es ahora algo más lento. Como unas reglas ya dispuestas de antemano, y conocidas en mi fuero interno, las imágenes dan paso a escenas.
Malditas madres e hijas. Malditas, malditas en su ignorancia. Son alegres, son brillantes, me digo con herida indignación. ¿Está permitido serlo? ¿Siguen existiendo? No es justo, y nunca creí en la justicia menos que ahora. Su transparencia, la manipulo a placer puesto que como en los corazones de cada persona, las cosas dejan de ser justas cuando se vuelven contra uno.
Pero vuelvo a las imágenes en las que he de sumergirme profundamente, en un sueño involuntario que se torna en pesadilla. Esa niña reía, pero su rostro se ha ensombrecido. Su madre ya no se mueve.
Y grita.
Y aúlla, desgarrando el silencio con su alarido.
Y caigo del cielo de nuevo, para encontrar un infierno peor.
Y me convulsiono, grito y aúllo.
No me han arreglado. No lo harán. No les interesa todavía. Me harán sufrir porque no les importa.
Si no viniese una suave voz de mujer torpe a consolarme con intención y vacías palabras, creería que me habían abandonado a mi suerte de falta de dolor y pesadilla interna. Pero es algo tarde para consuelos.
Llama a quien me alivie, creo oír. Vuelven las figuras vaporosas, blancas pero no puras ni inmaculadas, ni limpias de conciencia.
Debería mover las manos, y me las retuercen. Debería poder ver, y me arden los ojos. Debería poder hablar, y mi único sonido es gimiente y débil.
No tengo ningún interés en hacer el esfuerzo de recuperar alguna de esas facultades, y dejo que me atormenten hasta que se cansen y se vayan. Sé que no me quieren curar, porque no pueden.
Solo sus sacudidas me hacen recuperar un brillo de lucidez. Su opresión en mi cuello. La calidez artificial. Mi ser en tensión ante sus ojos vueltos. Miramos a otro lado cuando no podemos hacer nada. Pero según salen del estrecho campo de luz del que dispongo, me alejo a su vez de ellos y toda luz. Subo, subo y subo, a un lugar que aún no sé si es, o para qué es. La bestia de su indiferencia me arde en un pecho que me abandonó cuando volé de la cama de algún hospital. Una bestia que crece y se agranda según penetra en los corazones de los que tienen la vida y se dejan morir, de las almas torturadas bien de dolor o felicidad. La bestia de los ojos rojos, que todo lo ve, y todo lo entiende, y todo lo sabe y todo lo siente. La bestia que anida en los corazones de los infelices.
La bestia que corría por parajes inhóspitos, fríos, frondosos, y me alejaba poco a poco de mi pesadilla, me llevaba con ella a su mundo sin luz, a un sentimiento de libertad salvaje, pero sin memoria. La bestia se ha parado.

No.
No me abandones ahora tú también.
Con más rapidez que las veces anteriores, el destello de esos ojos rojos en mi mente, como si se me hubieran quedado grabados a fuego, caigo de la oscuridad en una cama dura.
Las mantas están húmedas. Y tirito. Pero no encuentro mi aliento para respirar, porque la imagen de la bestia me ha petrificado.
Veo todo rojo. Veo luz, veo esos ojos. Y finalmente veo la habitación. Las sombras juegan con la luz, engatusándola para engullirla en las esquinas.
Toscas manos me zarandean, esperando una reacción, no sé desde cuantos minutos. La mujer es torpe, y se apiada de mí con una firmeza tal, aferrándose a la imagen de una criatura desventurada para solo ver su compasión y ser como se ha de ser. Veo que echa algo largo, negro y pesado sobre mí. Y habla, y habla, pero no la escucho.
En la puerta, está en la puerta. Cubierta de sombras.
La bestia.
Entra magnifica, gruñendo, y me mira a los ojos directamente, tal y como yo la miro en los suyos. Y cada gota de sangre escapa de mis venas a un lugar que no se congele. Y se aproxima lenta, peligrosamente, ignorando a la mujer que parece no verla. Y he dejado de tiritar para temblar.
¿Por qué baja el hocico y las orejas, en expresión sumisa? Se aproxima sin amenaza. ¿Es que le produzco lástima a ella también?
Ciegamente abrazo a esa bestia.
Hundo mi cara en un pelaje mortíferamente áspero, con el olor a muerte de sus fauces rodeándome, y su suave gruñido intentado arrullarme, y que duerma conscientemente. Pero sé que nunca volveré a dormir.
Durante horas abrazo a mi bestia, ya sin temblar, pero con una cálida sensación que me entorpece, y adormila. Mujer torpe es la única voz que me recuerda que estoy sola y despierta.

Dolor.
Otra vez el dolor.
Si no fuera por ese horrible dolor, mi bestia no se habría evaporado.
La mujer grita. Me ensordecen sus alaridos, y los irritados manos-duras vienen a exigir su calma.
Los miro y me miran. Hay ruido de fondo, y ajetreo. Pero nos miramos fijamente, ellos contra mi, yo contra ellos. Blancas figuras peligrosas me rodean y afianzan su poder.
Sé que voy a perder.
Pero también que tengo voz para luchar.
Porque ahora estoy despierta.
Porque no me han arreglado, porque me han drogado, porque han jugado conmigo, porque me han herido y me han despedazado como buitres. Ellos, solo ellos. Todos los ellos que existen.
Los odio a todos, porque no están aquí, porque estoy yo, porque han ido contra mí, porque me han destruido y ahora me han abandonado porque ya no sirvo.
Porque mi mente se enmaraña y se entumece, porque mis ojos lloran y no siento mis lágrimas, porque mis raíces han sido cortadas y no me queda ni la bestia de mi odio, porque no puedo levantarme y huir, porque no puedo devolver el dolor que siento como puede hacer cualquiera de los que aquí están, porque no volveré a tener la oportunidad de gritar nunca más.
Sus colores me deslumbran y se desvanecen tan rápido como los sonidos inconexos que profiero, que escupo contra ellos.
Pero son más altos, más blancos, más fuertes, más numerosos.
No importa que mis sentidos hayan muerto, o que esté desesperada por aferrarme a la muerte y a la vida al mismo tiempo.
Las manos duras acaban con mis débiles protestas. Con violencia, con una opresión más larga y cruel que nunca en mi cuello. Con una llamarada artificial que abrasa los restos de mi cuerpo.
Todo el mundo queda en tensión por un momento. Ellos niegan, sus cabezas blancas se mueven, se vuelven, se deshacen luego en miles de colores oscuros.
Mi cuerpo entra en tensión. Siento que me pierdo, me pierdo a mi misma en mi misma. Que la intensidad ha sido más, que esta será la última vez.
Y suba o baje, vaya al cielo o al infierno, me despedacen hasta que se pierda toda noción de mi o me mantengan ahí por eones, solo quiero dejar de subir a lo más alto de mi tortura para volver a caer sin una vida que durante un rato soñé.
El escalofrío mas helado me hace estremecer en mi último movimiento. Todos los colores se vuelven negros.
Porque ya nunca volveré a tocar el suelo que se encontraba en medio de todo.

jueves, 5 de febrero de 2009

Concurso

Estudiar es aburrido, sobra que describa los motivos. Y aunque posiblemente suspenderé el examen de lengua (que irónico xD), tengo ganas de dejar aquí una referencia al futuro.
La semana pasada, si mal no recuerdo o definitivamente no he perdido la noción del tiempo, escribí un cuento titulado "El juego del gato". Yo estaba feliz, escuchando Muse, Franz Ferdinad y demás, creando mi mundo de fantasía.
Esa noche, satisfecha con mi cuentecillo, se lo enseñé a mi compañera de habitación. A veces me da pena, porque reconozco que llego a ser muy pesada.
La cosa es que lo leyó, y le gustó. Y hablando, hablando, a eso de las 2 de la mañana me comenta que en su ciudad, Lorca, hay un concurso famoso, el certamen Maria Agustina, y que el premio está bien.
Informándonos sobre el susodicho, pues ciertamente no estaba nada mal. Más tarde nos enteramos de que había otro certamen además, que tenía otras características que ella me había descrito.
La única gran pega era que el plazo de entrega vencía el día siguiente.

¿Qué pasó?
Me quedé hasta las 3 retocando mi cuento, al día siguiente lo imprími por quintuplicado, lo encuaderné y lo envié. Todo recién levantada y en chándal.
No puedo subir el cuento porque en las bases dice que me desclasificarán si el cuento aparece en otro medio. Tiene que ser inédito.
De todos modos, hasta el 30 de marzo hay tiempo, de sobra, incluso para que se me olvide.
Debo reconocer que hacía tiempo que no escribía con tanta inspiración como cuando escribí ese cuento, pero tampoco creo que sea tan bueno como para quedar en un puesto alto. Yo lo envié porque así también me daba a mi misma un voto de confianza.

Parecerá pueril, pero el único concurso al que me he presentado, el de mi instituto en 1º de BTO, me dejó con mal sabor de boca. Escribí un cuento con mucha dedicación, sobre una persona que se estaba muriendo, sobre lo que sentía (algún día lo subiré). Estuve meses escuchando Placebo, que tiene canciones muy tristes y desagradables. Lo pulí, recibí criticas de mi familia y de mis amigos, lo trabajé. Y no es que me fastidiara no ganar, que eso al fin y al cabo no lo puedo controlar, ni tengo tan mal perder.
Me fastidió el comentario que hizo mi profesor de lengua acerca del que probablemente era mi cuento, "uno de los dos cuentos de accidentes que había, si, uno que era muy feo y no me gustó". El otro cuento fue el segundo premio.
Ese resultado me dejó algo desanimada mucho tiempo, y perdí las ganas de escribir por un año. Ahora, hace ya casi otro, las he retomado, y realmente, tener exito o no, suerte buena o mala me da igual. Al menos, lo habré intentado.
Siempre me quedará la traducción.

miércoles, 4 de febrero de 2009

La gente aplaude

Sibyl Vane y Zoé no son un buen acompañamiento para una tarde de estudio:












(click para agrandar)
A veces me da por usar el photoshop.

<< La gente aplaude el beso en la boca que estás a punto de dar >> Sibyl Vane, "Iba a decirte"

< Llevo tu voz en mi voz, grabada con aerosol. Tu beso fantasma pegado en mi labio inferior > Zoé, "Via Láctea"

Histeria

Breve historia escrita en el anterior blog, de las últimas que subí. Inspirada por la canción "Hysteria" de Muse.



******************************


-Los nudos no se deshacen. Por mucho que luches no puedes romper las ataduras -

Ella luchaba contra las zarzas, las sogas, todas las mil y una cuerdas que se retorcían cubriendo su cuerpo.
Ello lloraba de rabia, de anhelo y de expectación tanto como de miedo mientras la arrastraba al pozo, abierto donde el puerto acaba.

-No- Dame tu alma, tus labios rotos de mordértelos, tus ojos desvelados, tus manos ensangrentadas en el inútil forcejeo. Dame el despojo de tu cordura. Dame tu ropa hecha jirones. Dame los cabellos arrancados de cuajo y los enmarañados. Yo podré, y jamás sabré qué hacer con ellos.
Lucha, lucha, de desata, se vuelve a atar. Comienza a arrastrarla. Se deja las uñas intentando soltarse y agarrarse al suelo. Entonces ve la botella rota. Con las últimas fuerzas extenuadas, se propulsa y la coge. Intenta cortar las sogas de su cuerpo, pero son demasiadas, y por cada una que corta, mil más aparecen.
Se le acaba el suelo por el cual arrastrarse.

-Ya eres mía, te quiero ya- llora y grita, regocijado en el agujero de oscuridad al cual la abduce.
Con las lágrimas y la sangre nublando su vista, corta ciegamente. Le mantiene el pulso a su libertad y a lo que desea retenerla. Corta aquí, corta allá, se corta las manos, corta las sogas de su cuello, se corta en el pecho, libera sus piernas. El agua le llega por la cintura. Se agarra con una mano al borde, con la otra la botella. Parece que las sogas no se acaban. El agua le llega a la barbilla, la mano resbala, el vidrio parece no poder luchar en el agua.

Y de pronto, corta la soga de su dedo meñique, las demás ceden de un tajo, e impulsándose sale seca del mal mar, que engulle las sogas, el vidrio, la negrura y enmudece.

Días de perros hay muchos

Esta entrada iba a ser inicialmente titulada “Hoy si bebería lejía” y describe un día del año pasado, el 20 de Noviembre. En ese día tenía que hacer la exposición de mi trabajo de análisis literario para la clase de Literatura Hispanoamericana. Había escogido hacerlo sobre la novela de Gabriel García Márquez 100 años de Soledad. Para quien la haya leído, comprenderá que escribir en 10 hojas personajes, argumento, recursos literarios, biografía y demás ajustes del análisis de una obra, puede llegar a ser una locura. Y como me caracteriza mi cautela y visión perspectiva de futuro, lo hice los 5 días antes. El fragmento es este:

El día de hoy merece un puesto de honor entre mis peores pesadillas. Tanto que se merece una entrada de blog. Ciertamente me disculpo de antemano si no tiene mucho sentido, puesto que llevo desde el lunes pasado (el del 10, no el 17) durmiendo una media de 5 horas diarias - y desde este lunes solo 4. Además, me encuentro bajo la influencia perniciosa de la obra de Gabriel García Márquez, luego todo tipo de plagio por mi parte es debido a que en mi cerebro solo hay eso ahora mismo.
-------------------------------
La puta mierda de día de hoy comenzó ayer, a las 12:00 de la noche, cuando casi muero en el intento de ascender desde el inframundo (la biblioteca del colegio) cargando: mi portátil, el cable, los apuntes de literatura, el cuaderno de apuntes de 2º de BTO, el libro de Cien años de soledad versión el triple de grande, el estuche, la botella de agua de dos litros y por supuesto, haciendo malabares para que las llaves y el móvil no se me cayeran de la mierda de bolsillos de la sudadera.
Lo cierto es que, comparado con otros días, hoy no iba tan cargada, pero el miedo a que se me caiga Kyo (para futuras referencias, mi portátil) y con el libro clavándoseme en los riñones mientras intentaba llevarlo todo en un brazo que parecía que se me iba a romper... No fue una bonita manera de llegar a mi cuarto a las 12 de la noche. De ahí me di una ducha, que debería haber consistido en friegas con lejía, y no me lavé el pelo porque ya me daba igual. Esto ha contribuido a que hoy llevara pelos de loca.
Debí pasar desde las doce y media hasta las cuatro y cuarto delante del ordenador, sentada en esta incomodidad de silla, o releyendo el libro. Como iba chutada con cafeína y al fin y al cabo, mi inspiración aparece a esas horas intempestivas(…)

Hasta aquí tengo escrito. El despertar por la mañana fue peor. Tuve a clase de lingüística de 9 a 11, y volví al colegio para los últimos retoques al trabajo. A la hora de la verdad, llegaba tarde, tenía que exponer trabajo e iba a estrenar mi impresora. Para empezar, los márgenes se los pasó por el forro, y la primera copia (al final fueron15 folios) salió mal. Bien, me calmé intentando no pensar que llegaba tarde. Lo volví a intentar imprimir, y esta vez casi me da algo. El papel estaba roto, la tinta no se quedaba fija, cogía e imprimía dos veces la misma hoja. Terminé desquiciada, desconectando la impresora y el portátil, cogiendo el documento y corriendo como una loca a medio vestir por la calle, para imprimirlo en la fotocopiadora de la facultad.

Cuando llego - 20 minutos tarde - a clase, me doy cuenta de una serie de detalles: Se me había olvidado mencionar en la biografía el titulo de la obra, la portada está mal hecha, y no me expreso correctamente en un par de párrafos. Para más inri, tengo que hacer la exposición y no tengo nada preparado. Me hago una especie de pseudo guión, y cuando Erika me llama, intento poner en el ordenador el árbol genealógico de los Buendía, que había subido el día anterior por la noche, recién fotografiado de mi libro, a flickr.

Dejando aparte que me costó 5 minutos encontrarlo, me comencé a liar con mis palabras en la exposición, no llegué muy lejos describiendo los personajes y su historia. Por no decir que me excedí en el tiempo (15 min.) y no había acabado casi de empezar. Quería que el suelo me tragara y que la gente de clase dejara de mirarme - en mi borroso y algo trastornado punto de vista, de forma acusadora y burlesca. Será porque no estaba yo misma a gusto con lo que estaba diciendo.

Al final, decidí hacer de tripas corazón, y ya que había más días para entregar el trabajo, volví con calma a mi residencia sin haberlo entregado. Cuando llegué a mi habitación, donde estaba mi compañera y una amiga suya, me senté junto a la cama deshecha, junto a la impresora medio muerta que aún tenía la hoja atragantada, y los cables del portátil, las cajas, las hojas, todo tirado encima de mesa y cama.

Me descalcé, me reí, y bajé a comer.

Una semana más tarde, repuesta, con la cabeza fría y mi trabajo revisado de arriba abajo y vuelta, lo volví a imprimir; esta vez compré papel grueso y lo hice con calma y tiempo.

La historia tiene un final feliz. A pesar de mi terrible exposición, Erika me puso un 10. La botella de lejía se quedó tranquilamente en la estantería.