domingo, 26 de abril de 2009

No hay solución
























Click encima para hacerse más grande. Ha sido un texto de prueba, para probar mi nuevo bolígrafo "mágico", con el que escribo en papel y aparecen las letras en ordenador, en formato jpeg. No tiene mucho sentido, es personal, y esta en varios idiomas, incluyendo un rusticfo y mal escrito chino totalmente inventada su coherencia y cohesión.
Pero menos da una piedra.

Cualquier canción de Reptilectric, el último disco de Zoé, es la respuesta a la pregunta no formulada de por qué últimamente estoy tan borde y mi humor tan cambiante.

jueves, 23 de abril de 2009

Perdiendo el aliento

Si no me paro un segundo, perderé el aliento que me queda.
¿Quién vendrá entonces a recoger mis pedazos?

La senda sinuosa se bifurca por un sinfín de caminos, entre las praderas, los bosques, los árboles que nos miran mientras los dejamos atrás. Si tan solo me parase a mirar un árbol de estos tendría siglos de absorción y me fascinaría hasta desgastarse mis ojos de mirar. Pero mi mecanismo de indiferencia es tan eficaz, que ya no soy capaz de pararme a contemplar las figuras que me rodean, y solo las escenas, las curiosidades y los detalles llaman mi atención - por un momento, para luego perderla en la procesión de mi camino.

Hay días en los que me encuentro caminando por una calle, como diariamente horado las aceras de tantas calles y tan pocas. Y me digo si acaso sigo estando yo dentro del caparazón, bajo las funciones aletargadas por la falta de sueño, las taquicárdicas encomiendas y preocupaciones por las mil cosas por hacer, la ráfaga de neurotransmisores que deciden variar su rumbo para que me olvide de algún aspecto crucial que debería haber tenido en cuenta en mi camino, la poco afortunada combinación de vaquero negro y chaqueta vaquera azul, las manos ariadas siempre pidiendo más crema, la traducción que no acabé creyendo que podría pasarla a limpio antes de entregarla corregida hasta que el profesor cambió su modus operandi por tercera vez, la trabazón de mi lengua en su fútil intento por decir a gritos y atropelladamente algo inteligible a una audiencia, el sueño de pasear aún más ajetreada si cabe por las calles de una ciudad nueva, los remolinos de trazos, piezas, figuras, tonos, caracteres incomprensibles de palabras que cuando voy a ir a hablar con la profesora de inglés sobre el sexismo en la Bella Durmiente, me salen en chino…

Y entonces aparece una sombra que me desquicia, al margen de cuantas cosas desordenadas se acumulan a mi alrededor, a pesar de que debo huir y no hacerlo, a pesar de cuanto deseo correr en su dirección, de cómo sé que siendo infeliz y feliz en mi independencia necesito saber que sigue ahí, incomprensiblemente placentera, la caricia de las sábanas mal colocadas de mi cama. Nunca deseo abandonarla en la mañana a pesar de que no logro convencerme de que debo dirigirme a ella lo más pronto posible en la noche.

Y el sueño agotado, negro, irreverente, divertido, lleno de figuras, gente, lugares, cosas, ideas, recuerdos y personas, es la gran recompensa de mis días, en los cuales sé que hubiera hecho mejor en no levantarme. Hasta el punto de sorprenderme pensando un motivo para continuar el ritmo incesante, desquiciante, siempre carente de dos minutos para pensar.

Ni siquiera ahora tengo tiempo para hacerlo.



















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Es algo escrito hace ya algún tienpo, en una loca semana en la que mi cuerpo y mi mente estaban ocupados por más cosas de las humanamente abarcables, sobre todo si la humana usaba las horas libres para pensar en cosas desesperantes. Pero una vez más, me pregunto quién sería yo si no hiciese este tipo de cosas.

sábado, 18 de abril de 2009

Se escapó

La nieve cubría la ventana, y desde dentro era bonito ver como se arremolinaba. Hacía calor bajo las mantas. La nieve cubría también su corazón, escondido debajo de la camiseta del divertido pijama.
Mirar los recuerdos que coleccionaba en un tablón no era solución. Sus ojos repasaban metódicamente objeto por objeto, papel por papel, pero no encontraban una respuesta en particular. Tampoco la buscaban por un motivo en particular. Se había convertido en parte de la rutina.

Cuando se pone la bufanda, se abriga del frío de la calle. Es un frío desagradable, y a nadie le gusta pasar frío. Además, tiene mucha propensión a tener catarro o gripe. Y eso implica quedarse en la cama, para calentarse, y ver la nieve arremolinarse en la ventana mientras el dolor de cabeza hace que se le cierren los ojos, y los medicamentos que ha tomado hacen que su congestión nasal se funda poco a poco. Cuando se abriga, también se abriga el corazón de las verdades que lo golpean.

El chocolate llevaba un poco de café. Es una persona que necesita el dulzor a primera hora de la mañana, pero no haría lo imposible por tener el dulzor de un abrazo a primera hora de la mañana. Además, es una mujer práctica, y aunque le duela la cabeza y no vaya a poder hacer demasiadas de las cosas que querría, considera que esa gota de cafeína le va a ayudar a mantener los párpados abiertos. El azúcar es algo que siempre ha echado al chocolate, aunque nadie lo entienda, porque el chocolate ya es dulce de por sí. Que se esconda de la gente a pesar de quererla profundamente es algo que tampoco entienden, porque escondiéndose no puede dejar que a ella también la quieran.

A veces está un poco triste, y habla menos de lo normal. En esos periodos suele escuchar música bajita, escribir a veces alguna que otra cosa, escribirse alguna notita, y pensar mientras mordisquea una galleta. También piensa mientras se arrebuja bajo una manta roja de cuadros escoceses que la protege del frío. Otras veces camina un poco, o un poco más de lo normal, en su habitación; y piensa. Sus pensamientos no son particularmente hermosos, ni muy agradables. Son un poco oscuros, y aunque le llegan con claridad y desorden, no suele sentirse mejor después de revisarlos. En ocasiones ha estado un poco triste, y se ha tumbado en la cama, con la música bajita en lar orejas, y un pensamiento dando vueltas en su cabeza mientras se arrebuja bajo la manta roja. En esas ocasiones, siempre le arranca una sonrisa que su compañera de piso le diga que a ella le acaba de llegar la regla. Sabe que eso significa que es la siguiente. Puede que la canción esté a punto de acabar, pero su pensamiento está más tranquilo y la manta se desliza de entre sus dedos mientras se adormece.

Le gusta el pintalabios rojo, y cuando no ha tenido un día particularmente perfecto piensa en que se lo pondrá una noche al salir. También le gusta la ropa de color rojo, y sus calcetines favoritos son rojos y verdes. Se los pone de vez en cuando para alegrarse el día desde primera hora de la mañana. Cuando lleva los labios pintados intenta sonreír mucho. Una boca se ve más bonita de ese color, y no debería verse fea y torcida. En ocasiones también usa un pintauñas rojo muy brillante y sencillo, a juego con el pintalabios. Con su ropa roja y sus uñas rojas se siente más segura. Y sintiéndose segura es más fácil regalar las sonrisas que guarda para los demás. Como a veces se le olvida hablar y decir lo que piensa o decir lo que siente, y no siempre se puede pintar los labios de rojos, tiene muchas sonrisas guardadas y muchas miradas entrenadas para expresar de alguna forma lo que siente.

Tenía un gato, y le gustaba acariciarlo cuando nadie la veía. Solía hablarle en el desayuno y le contaba sus cosas al gato. Sentía que así se protegía de necesitar que otro le preparara el café, o que le pusieran la bufanda al cuello, o que le tapasen mejor cuando se le escurría la manta, y que le pintasen las uñas o le besasen cuando tenía los labios pintados. El gato no pedía mucho, solo un poco de leche y una caricia detrás de las orejas hasta cansarse de ronronear. Ronroneando la escuchaba y le devolvía sus preguntas a modo de respuestas, como el día en que se fue. No se había calentado del todo la leche de la merienda, y ambos esperaban ronroneando; solo que terminó dándose cuenta de que la puerta estaba abierta y sobraba un cuenco de leche antes de que el ronroneo dejara de hacer eco en la pared. Tocó el platito con cuidado y decidió llamar a una amiga con el café en la mano. Sabía que el gato volvería cuando tuviera hambre, pero se había cansado de que todas las respuestas vinieran implícitas en las preguntas que hacía, y a pesar de esto, buscarles una segunda respuesta.


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Anoche, escuchando Manos de Topo. Hacía tiempo que no escribía nada que me gustase un poco, o presentable. Supongo que solo cabe añadir que poco a poco volveré a ser capaz de escribir cuentos de ficción, pero ahora no puedo.













Estos son mis calcetines favoritos.