Esa musa que me grabó las ojeras cuando decidía visitarme a la una de la madrugada; esa musa que a veces me acompañaba unos minutos, para luego dejarme en vilo preguntándome qué querría decir durante horas estériles. La misma musa con la que un día hablé de la muerte, y al siguiente me contó un cuento en odas griegas. La que tomaba todas las formas con las cuales podía engatusarme, para tenerme tras ella noches, días, semanas, pidiendo a gritos un retazo más de información. La que me dio historias inabarcables, historias a medio contar, historias intuidas en la oscuridad o su vertiginoso movimiento. La que estuvo a punto de enseñarme a escribir un poema, y decidió por contra dibujar en mi papel. Tú, la que me separó de amigos, de familia, de la realidad, sumiéndome en el sopor de su canto de sirena. No siendo sino una sombra de pensamiento, te has vuelto real, y tu pérdida es un dolor físico.
Un día te fuiste y te sigo esperando cada vez que cierro los ojos, cada vez que voy sola por la calle, o cuando me aburro en clase. Y ahora desde lejos, me cierras los ojos tú: ya no hay más que decir.
M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
una idea es tomada en consideración si sabe brillar