Es de cristal
Es un mundo de fragancias y aromas
Es un piano que ríe y que llora,
Es un espejo de borde irreal
Es el cuello curvado de un cisne
Es el suave tacto en las yemas de plumas
Es la fragante caricia de unos guantes perfumados
Es una escalera de mármol blanco
Es una reja sinuosa que te invita a bailar
Es una desnudez tibia que te recuerda a tiempos que no has vivido
Es el adorno que hubieras llevado en un ensueño bucólico.
Es un frasco de cristal que tu abuela tiró porque estaba al orden del día
Es un broche que no te hubieras puesto hasta que lo miraste con otros ojos y comenzó a ser perfecto.
Es ese poema de Darío que puedes ver sonriéndote en jardines melancólicos.
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Si me tengo que montar en la máquina del tiempo, quiero volver a los años 10 y 20 del siglo XX. Me iría posiblemente a casa de mi abuela, y recogería los vestidos que ya no se ponía su madre, o esperaría un poco para tomar de la basura esos maravillosos frascos de cristal delicado y formas imposibles que ella desecharía un día por ser algo corriente. O me iría a París, y miraría embobada los escaparates de las boutiques, las escaleras de las casas, los enrrejados, las vidrieras. Me iría a Londres y buscaría detenerme un momento para encontrar su esencia victoriana antes de marchar a los Estados Unidos y seguir mi viaje modernista, tal vez deteniéndome en el Rio de la Plata para comprar un libro de poemas de Rubén Darío y otro de Delmira Agustini, que con algo de suerte se me pegaría algo de todo ese elitista mundo delicado. Y ya si me queda tiempo, finalizo mi viaje en el taller de Muscha en Praga y me fundo con esa ciudad modernista por los 4 costados.
En ese mundo que llaman del Art Nouveau.
En ese mundo que llaman del Art Nouveau.
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