viernes, 4 de septiembre de 2009

Lo indomable

Sé inteligente y compra un pedazo de carne menos ruin que yo. No te va a llevar a ninguna parte tenerme a tu lado, ni de tu lado, ni cerca. Compra algo más sabroso, o más exquisitamente expuesto, o de mayor nombre, o de una calidad alta. Mira mis condiciones: son míseras. La enfermedad se extiende con rapidez por mi columna, y mi cara desnutrida huye todos los ojos con temor. A penas logro mantenerme en pie, mis piernas flaquean ahí donde han sido golpeadas por dueños menos crueles hasta la saciedad. Mi pelo ya no brilla, y conforma una costra cayendo sobre mis hombros y mi espalda, muerto. ¿Qué canciones, qué mieles van a destilar estos labios cortados, levantados, amoratados e infectados con los que exhalo un último estertor de entre mis quebradizas costillas? Ni pisar querrías mis manos secas, sucias, huesudos residuos de mi último pudor cubriendo una desnudez tan terrible como real. Si intentaras montar, mis cuartos traseros cederían ante tu peso quebrándose, rompiendo mi precario equilibrio de modo que todos mis huesos colapsaran y astillaran, antes de que tuvieras tiempo de retroceder o paladear la velocidad. Mi espalda ha soportado todos los látigos que contra ella se han alzado, para caer en un violento chasquido, arrancando de mis pútridas entrañas un jadeo polvoriento.
Mira a tu alrededor: hay tantos mejores que yo, que si no me quedara algo de orgullo de desheredado, cedería ante su evidente superioridad y me derrumbaría aquí mismo, convirtiéndome en polvo. Escoge otro, uno más rosado, más carnoso, con mejor presencia y encanto, que puedas ver tu miedo reflejado en sus ojos huecos y sentirlo ajeno.
Si yo fuera tú, compraría docenas de esos más jóvenes, más apetecibles. Que entran por los ojos sin ser invitados ni rechazados.

Me levantas, me pesas, sopesas; preguntas mi precio, no regateas a pesar de que te parezca abusivo, me das mucho menos de lo que te he pedido por mí, y te vas, cargándome en un hombro, con la despreocupación de no haber escuchado las advertencias, de no haber sido clemente, de estar dispuesto a hacerme sangrar. Quebraras mis huesos, moleras mi armadura, aplastarás mis últimos alientos, acelerarás la enfermedad que me devorará la razón y la consciencia.
Y cuando ya no pueda soportar un solo golpe más, cuando me haya quedado sin voz de tanto gritar, sin formas de pedirte que me mates, sin fuerzas para sostenerte la bestial mirada. Cuando ese último momento haya llegado, yo inclinaré la cabeza hacia otro lado y lo asumiré, asumiré que serás el último en esto, que no va a haber más golpes ni sacudidas, que has ganado. Será mi escasa fuerza de voluntad, la única inquebrantable que mantenía una exigua llama de vida en mi interior; lograrás que humedezca los dedos amoratados y los dirija a la corta y ennegrecida mecha donde la llama agonizante se debate por vivir. En ese último momento, con mis propias manos, me volveré contra mi aliento de vida y lo aniquilaré.
Así, todas las fibras de mi cuerpo desgastado se habrán rendido a ser de tu eterna propiedad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

una idea es tomada en consideración si sabe brillar